Mi próxima novela, sobre Messi

Cuando todavía están frescos mis recuerdos de lo que fue la presentación de mi primera novela, «La máquina de hacer billetes», ya estoy otra vez en el ruedo. Sí, hace poco más de un mes empecé a darle forma a mi próximo libro.

Todavía no tengo definido el título, pero sí bastantes cosas muy importantes para la trama:

  • Transcurrirá en Barcelona, en la calle Arizala cerca del Camp Nou que, casualmente, es donde yo vivo desde hace 7 años.
  • Estará narrada en primera persona, y ese protagonista (uno de los principales) que relata la acción, seré yo mismo, primero como un testigo privilegiado de los hechos, y después metiéndome en el barro -como mínimo, hasta el cuello-.
  • Lionel Messi será un participante vital en la trama.
  • Pero no irá ni sobre fútbol ni candidatos a Balones de Oro.
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Inspiración made in COVID-19

No quiero aburrir hablando de la obvia situación que atravesamos todos desde marzo de este 2020, pero es evidente que aparecieron las famosas «horas libres». Claro, obligados al confinamiento, nos quedó tiempo disponible para usarlo a nuestro antojo.

Yo, no inmediatamente sino después de los primeros dos meses de estar «en blanco», decidí empezar con la escritura. Y como uno sabe cuando arranca con una novela pero no puede asegurar cuando podrá ponerle el punto final, quiero compartir al menos el Capítulo Uno.

Mi segunda novela comienza así…

Sobre la noche en que todo explotó

-¡La puta madre! -le di con el puño tan fuerte a la mesa que saltaron dos muñecos de Star Wars que tenía ahí como amuletos de buena suerte, aunque no sé por qué los seguía guardando si en definitiva la época afortunada no llegaba nunca- ¡La reputísima madre!

Mientras estaba sentado abriendo ventanas en el ordenador, y lo llamo ordenador porque aunque soy argentino llevo trece años viviendo en España, el desfile de sirenas de la policía no se detenía. Empezaba a escuchar una que pasaba por la puerta de mi casa a todo volumen y, cuando se atenuaba esa sirena, surgía una nueva a lo lejos que seguía el recorrido de la anterior.

Tampoco estaba sorprendido por el ruido, porque allí el caos podía aparecer a distintas horas del día y la noche. Es lo que tiene vivir en la calle Arizala de Barcelona, a cincuenta metros del Camp Nou. El ruido casi constante es ese vecino indeseable pero invisible. Es imposible golpear una puerta para quejarse o discutir en plena madrugada, porque esa puerta no existe. Es la gente saliendo en masa y eufórica de un partido del Barça. Son adolescentes esperando el autobús un sábado a la noche con varias copas de más. O son extranjeros muy drogados que regatean el precio con las putas que trabajan en la esquina. Todo eso es Arizala 62, donde llevaba ocho años viviendo con mi familia, pero ese anochecer estaba ocurriendo acaso la peor de las tragedias.

No recordaba la última vez que había estado tan nervioso. Quizás me atormentaba la angustia de saber que todo había salido mal y de sentirme responsable por ello. Mientras pasaba uno y otro patrullero en dirección al Camp Nou, tenía en la cabeza la horrible certeza de que si no hubiera sido por mí, no estaría ocurriendo eso.

Cada vez que me sentaba frente al monitor, actualizaba una ventana del Safari donde tenía cargada la versión digital de un periódico de España. Actualizar, una y otra vez, al estilo robot. Y como no cambiaba nada y seguían clavadas las mismas noticias, saltaba como un resorte y me iba otra vez hacia la ventana. Además de aparecer el quinto coche de policía, la gente ya empezaba a ir corriendo en dirección a la Travessera de Les Corts, la avenida donde en su cruce con Arizala se erigía el Camp Nou.

Seguía con mi vista a las personas que se iban acercando al estadio, pero en realidad, lo que quería evitar era mirar justo abajo de mi ventana, donde estaba junto a la entrada de mi edificio la pizzería “Avenida 9 de Julio”, de estilo argentino, que nunca había abierto sus puertas. Como si algún policía pudiera estar vigilándome, y era ridículo pensar que podrían distraerse en aquel dramático momento espiando a un hombre detrás de una cortina, es decir a mí. Pero yo por las dudas no quería enfocar mis ojos hacia ese local. Porque sabía que ellos estaban detrás de todo lo que estaba pasando. Que las sirenas habían sido atraídas por algo que habían hecho ellos, los de la pizzería argentina, y lo más grave era que yo había tenido algo que ver en el asunto.

-Por Dios, que no haya pasado nada -rogaba otra vez sentado en la silla clavándole los ojos a la pantalla del periódico La Vanguardia, y mientras tanto le daba otra vez de forma sistemática a la flecha giratoria de actualizar.

Me puse también a pensar en Carlos. ¿Habría estado también él involucrado? ¿Hasta qué punto se habría metido? Si llegara a haberle pasado algo, el problema no sería sólo cargarlo en mi conciencia. El drama sería Olga, su mujer, porque ya sabía por su propia advertencia, o mejor dicho juramento, que si Carlos acababa mal ella iba a matarme con sus propias manos. Lo peor era que la creía capaz de hacerlo.

Y entonces, cuando estaba agradeciendo que al menos mi mujer y mis dos hijos estuvieran en ese momento lejos de Barcelona y en casa de mis suegros, allí fue cuando por fin se actualizaron las noticias.

-No me jodas.

No, era obvio que nadie me estaba jodiendo.

-No puede ser.

Era. La noticia más increíble y más amarillista de lo que iba del año, en España, en Argentina y también en el mundo. Y relacionada con aquel auténtico escuadrón policial que ya a esa altura había rodeado al Camp Nou por todos los puntos cardinales.

-No me jodas -no paraba de repetir lo mismo hasta que quedé hundido con mis palmas aguantando mi cabeza, y ahí dentro mil cosas me daban cien vueltas por segundo.

Los peores presagios que venía teniendo con respecto a lo que podía pasar, quedaban en nada comparados a lo que en realidad había pasado. Y me acababa de enterar viendo esa noticia en tipografía catástrofe que ocupaba toda la pantalla.

-Justo a él, no. La putísima madre.

Habían secuestrado a Lionel Messi en el mismísimo Camp Nou, después del partido contra el Sevilla.

Y yo sabía que los secuestradores habían sido los argentinos de la pizzería de al lado. La que nunca había llegado a abrir porque estaban planeando todo esto.

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¿No has leído mi primera novela?

Si te ha gustado el arranque de mi segundo libro, sólo te pido un poco de paciencia hasta que pueda terminarlo. Y mientras tanto, te invito a leer «La máquina de hacer billetes» que puede conseguirse en la editorial Distrito 93.

Y además de mi nueva incursión en el terreno literario, ¿has visto mi Diario de Cuarentena?

¡Hasta la próxima!

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